¿Por qué vamos al teatro?;
¿cuál es la razón última por la que esta fragilísima manifestación artística
subsista y siga convocándonos al renovado encuentro de la representación? Se ha
dicho hasta la saciedad, y se repite peligrosamente hoy por ciertos agentes
públicos, que el teatro es diversión, entretenimiento, distracción; es decir,
que tiene por finalidad apartar al espectador de sí y hacer más llevadera su
vida, alejándole momentáneamente de las dificultades de la realidad. Si bien
esta explicación puede ser, para muchos espectadores, cierta, en ningún caso
atiende a la complejidad de la manifestación, a los elementos que, unidos, justifican
su perdurabilidad.
Más que alejarlo, el teatro
termina trayendo al espectador ante sí mismo, enfrentándolo a emociones y
conflictos que comparte, en una u otra medida, con sus semejantes. Como
espectador, mis experiencias y mis conflictos vitales están lejos de ser los de
Edipo, Hamlet, Segismundo o Hamm, pero, a través de su orgullo, de su zozobra o
de su rencor, por extraña y especular resonancia, reconoceré muchos de esos
sentimientos en mí con distintas densidades.
[…] El teatro es un juego, uno
de los grandes juegos que ha inventado el ser humano en su búsqueda de la
supervivencia y la salud común: un formidable juego simbólico, especular, que
devuelve o suscita en el espectador imágenes de la vida, de sí mismo, de la
sociedad; imágenes del defecto y del exceso, del pasado y del presente.
Y, como todo juego que se
precie, tiene reglas y ha de ser deleitable. Vamos al teatro en las horas en
que, liberados del trabajo, buscamos un ocio fértil más allá de la mera
subsistencia: más que respuestas encontramos en el teatro un torrente de
preguntas que nos ayudan a interrogarnos más certeramente a nosotros mismos en
la búsqueda, consciente o no, de sentido; el teatro no puede ser solo imitación
de la realidad; como todo arte, su verdadero valor reside no en lo que dice,
sino en lo que sugiere; el teatro no es prédica que dicta lo que se ha de hacer;
como todo juego presupone un encuentro entre humamos en el que tiene lugar un
intercambio de energías que, en este caso, es purgador, sanador, catártico.
El teatro es el lugar de la
palabra, depurada por el autor, en acción; el único lugar donde percibimos la
lengua con pleno sonido y sentido, entrañada, como dijera la maestra de Málaga;
activándose al compás de la situación dramática […]. La palabra es un gesto
sonoro que busca alterar algo en el otro […]. No olvidemos que la palabra no es
ni el hecho ni el objeto que designa: solo evocando, mediante la imaginación
creadora, las circunstancias del hecho o las calidades concretas del objeto
cobra la palabra del autor vida, liberándose de la gravidez del sueño de tinta
que la conservó, pero también postró, entre las páginas del libro.
El maestro ruso nos lo dejó bien dicho: no hablen para que el espectador oiga, háganlo para que vea.
a) ¿Qué significan las palabras
de José Luis Gómez al afirmar que “El teatro es el lugar de la palabra,
depurada por el autor, en acción”?
b) Según el autor del texto, ¿por
qué vamos al teatro? Comparte con tus compañeros tu experiencia como público en
el teatro.
c) ¿Qué se entiende en el texto
por juego simbólico y especular? ¿Qué implicaciones tiene este juego para el espectador?
2) ¿Sabes qué es un programa de mano? Mira a través del enlace una muestra de este tipo de documento. Después, define qué es y qué información debe aportar cualquier programa a un espectador.
3) Visiona esta charla sobre el teatro a cargo del actor Carlos Hipólito, en la que reflexiona sobre los beneficios y enseñanzas de vida que aporta la interpretación, y resume las ideas principales que trata de comunicar a su auditorio.
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