El fallo, casi imperceptible, se relaciona con la falta de concordancia entre las partes de la oración y aunque no ocasiona problemas de entendimiento, en contextos formales deberíamos atenernos a la norma.
¿Será capaz alguien de identificarlo y explicarlo? Aquel que lo consiga no dude que tendrá un pequeño regalo para el examen final del curso. Texto original
Los estadios y los teatros
Escribo esto desde Buenos Aires. Estoy
aquí por trabajo: hace unos días participé en el Congreso Internacional de la
Lengua en Córdoba y he aprovechado para presentar Días sin ti, organizar un par de firmas y llevar
a los teatros de Córdoba, Buenos Aires y Rosario el recital de poemas que
Andrea Valbuena y yo venimos haciendo desde hace ya unos años.
Hay algo, más allá del cariño de los
argentinos y su respeto, que me ha dejado fascinada: la atención que se le
presta a la literatura. Están sumidos en una crisis brutal, los precios de los
alimentos son distintos según el día y todo está imposible. Pero hay algo que
no ha cambiado: los eventos literarios siguen, contra todo pronóstico, llenos,
como si los libros fueran un refugio hecho de fuego, los únicos capaces de
mantenerlos cuerdos, vivos, protegidos, esperanzados. El otro día me contaba un
taxista que aquí había algo que no se vaciaba nunca: los estadios y los
teatros. Qué triste, pero qué capacidad de resistencia tan hermosa.
Mis amigas Paola y Valeria nos llevaron
el otro día a visitar la casa de Victoria Ocampo, una figura importantísima en
la cultura argentina. Ella, gracias a sus viajes, trajo la literatura de otros
lugares al país, y en su casa pasaban largas temporadas autores como Lorca,
Borges o Cortázar. Allí conocimos a la abuela Yolanda, una mujer con las
rodillas doloridas que aguardaba con su nieta a que terminara la visita
anterior. Nos contó que había sido docente de literatura durante veintiséis
años y que seguía estudiando en la universidad de mayores Filosofía e Historia.
Tan lúcida. Me habló de las asignaturas y ahí entendí la diferencia con España:
en las aulas aprenden desde pequeños literatura argentina, sí, pero también
española, inglesa y japonesa, entre otras. No es un tema aislado al final del
libro de texto, es una asignatura principal, extensa, trabajada y con títulos
clásicos y contemporáneos.
Esa misma mañana leía en el periódico que
en España, después de una ley aprobada por el gobierno de Rajoy, se habían eliminado de los temarios a Borges, Cortázar, García Márquez y Storni. Ni
rastro de la literatura hispanoamericana más allá de una leve mención a Rubén
Darío.
Estos días comparo, de manera inevitable,
ambas capitales: Buenos Aires y Madrid, y pienso en lo que me gustaría ver un
teatro madrileño con más de mil doscientas personas para escuchar en silencio
un recital de poesía, una Feria del Libro con una asistencia que hiciera
necesario multiplicar los árboles del Retiro para cobijarlos, un Congreso con
aforo completo en todas y cada una de las conferencias, librerías protegidas de
la venta online por
lectores acérrimos del encuentro.
Y me lamento, no saben cómo, de lo que
intentan hacer con nosotros: una sociedad esclava de la incultura, un país
preso de la ignorancia. ¿Pero quién dice que pueden conseguirlo? Abramos los
libros: aún estamos a tiempo.
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